jueves, 4 de septiembre de 2008

REGRESO AL MUNDO VERTICAL


De nuevo en la carretera, hacia un lugar que he visitado miles de veces, pero que hechaba de menos. Otra vez a respirar aire puro, admirar la belleza de los pueblos del interior, oír el rumor de los ríos, beber el agua fresca de sus fuentes, caminar entre los pinos....
Tras un breve paseo estamos ante la imponente muralla de caliza, de unas decenas de metros, a la sombra del abrasador sol. Vaciamos nuestras mochilas, llenas de cachibaches. Me calzo los pies de gato y me ajusto el arnés. Por fin cara a cara ante la roca.
Un momento de concentración. Repaso el nudo en forma de ocho, o de infinito, según se mire. Este me une a la cuerda, esta me unirá a la vida cuando cambie de plano, cuando esté a merced de la gravedad. El último eslabón de esta cadena será mi compañero de cordada, el más importante, pues sin él, sin su concentración y su disposición, el resto es inútil.
En cuanto comienza el baile vertical, todo se desvanece. En mi mente solo están los agarres que me ofrece la roca y como en una partida de ajedrez solo piensas en el próximo movimiento. En sus consecuencias, en las probabilidades de éxito o de fracaso. Aquí la mano, allá el pié izquierdo, ese agarre es muy pequeño, ¿aguantaré?, ¿la vía va por allá?, ¿llegaré al próximo seguro sin caer?,bueno vamos allá... que sea lo que dios quiera... uff, por los pelos...
Así durante unos minutos solo sientes el mordisco de la roca en tus dedos, la atracción del abismo y el miedo a la caída, el disfrute de los atléticos movimientos, el agarrotamiento en los músculos, el cansancio, el aire en la cara y el mundo allá abajo, pequeño, lejano. Sus problemas quedan lejos, ante ti solo resolver este jeroglífico de movimientos felinos, de agarres, de pasajes de roca que te lanzan al vacío ante el más mínimo error, de pasos hacia el objetivo final.... La recompensa de superar lo que parecía imposible, avanzar y avanzar por ese laberinto vertical de cazos, ñapas, regletas, buzones, repisas, monodedos, tridedos, invertidos, cantos romos.... con el único premio de llegar al final, solo para volver a empezar en otro desafío.
Bajo el reino de la roca, en la soledad del monte de una tarde de Septiembre, compartir con la persona que ha tenido tu vida en sus manos por unos minutos; agua, merienda, sueños y sobre todo confidencias.

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