domingo, 14 de septiembre de 2008

BREVE VIAJE AL INTERIOR


Me levanto tarde. Es sábado y mi plan de un fin de semana de escalada se ha fustrado, así que tengo que buscar una alternativa. Recurro a lo de siempre, volver al lugar de la infancia, al pueblo, con mi gente. Pero tengo toda la tarde por delante y hace un día espléndido, así que decido montarme sobre la moto y dar un largo rodeo para llegar a mi destino. Salgo de Valencia en dirección a Ademuz. Voy por las largas rectas de la recién remodelada y más que polémica cv-35. Paso junto a Lliria,en otros tiempos la ibérica Edeta. Continúan las largísimas rectas que me van llevando cada vez más y más adentro de los rincones interiores de nuestra provincia, tan bonitos y tan desconocidos.

Cuando llego a la altura de Villar del Arzobispo dejo el asfalto nuevo, ancho y de infinitas rectas en dirección al pueblo de Chulilla. La carretera se estrecha y se enrosca como una serpiente, siento el aire cálido en el cuerpo y me deslizo entre curvas y contracurvas carretrera abajo. De repente se abre ante mi un inmenso cañón esculpido por el río. Sobre él, bajo una majestuosa peña y protegido por enormes murallas naturales de roca, aparecen como colgadas las casas blancas de Chulilla. En mi opinión, posiblemente el pueblo más hermoso de los territorios interiores de nuestra geografía más próxima. Voy conduciendo paralelamente al cauce del río en dirección hacia el mar, por el interior de ese paraíso de roca vertical. Cruzo el cauce y la carretera empieza a subir y subir, serpenteando furiosamente, buscando la parte más alta del monte. Una vez superado se abre ahora el escondido valle que protege y da vida a los pueblos de Chera y Sot de Chera. Por momentos el asfalto se estrecha más y más. Por todo el camino, desde que dejé la cv-35, se van viendo masías y casa en ruinas. Son el testimonio mudo de las consecuencias del éxodo rural, cadáveres de un mundo que desaparece y que conocieron nuestros abuelos, nuestros padres y en nuestra niñez vivimos sus últimos días de gloria. Como recuerdos de otros tiempos aparecen en los olivares, junto al camino, algunas familias recogiendo el fruto de sus campos. Me da la impresión que mas que nada por un impulso nostálgico, una tradición, que por un beneficio económico.

Cuando dejo este valle voy subiendo entre pinares en dirección a la plana de Requena. Cuando cambia el paisaje y las viñas desplazan a los pinos salvajes se anuncia la inminente llegada a esta cuna del vino. La tierra en torno a ella está totalmente domesticada y cubierta por un mar verde de viñedos. Lo voy atravesando en dirección Cofrentes, pero llegado a La Portera mi camino se desvía hacia la izquierda. Los campos de viñas se van difuminando poco a poco con los pinares, los campos se van mezclando con el monte, hasta que al final gana la partida por completo y reina de nuevo el monte salvaje. Atravieso las aldeas de Hortunas y Mijares. Me duele el culo y las piernas y empiezo a estar cansado debido al esfuerzo y atención que requiere conducir por carreteras tan rebeldes como estas. En contrapartida te ofrecen casi una soledad absoluta y unos paisajes hermosos y bien conservados. Casi llegando a Yátova, ya en la Hoya de Buñol,se divisa la amplia planicie que rodea la capital y al fondo la franja azul e inmensa del mar mediterráneo. Ya solo me quedan unos kilómetros para mi destino y el paisaje cambia nuevamente, conduzco ahora entre huertas de regadío, el reino de las verduras y las hortalizas. Por fin veo el inmenso agujero donde se construyó mi pueblo, coronado por un majestuoso castillo. Tras casi tres horas llego a mi destino, al escenario de mi infancia y de mi adolescencia, a mi sitio.

El regreso a la ciudad esta tarde, tras unas horas entre la familia y los amigos, ha supuesto el cierre de un círculo que se empezó a trazar ayer. En dirección Este por la autovía el día moría a mis espaldas y la noche nacía ante mi rueda delantera. Sobre las luces de Valencia el cielo se difuminaba desde el rojizo hasta el azul oscuro, casi negro. Una gran luna llena, excepcionalmente brillante y blanca, iluminaba los últimos kilómetros de mi regreso a casa.

2 comentarios:

VolVoreta dijo...

convertir un recorrido de veinte minutos en un paseo de tres horas es digno de un mago o de un viajero.
Casi al principio de la lectura me sentí un "paquete" invisible, sobre dos ruedas, y disfruté del viaje recordando esos mismos parajes, hace lagún tiempo disfrutados...
"para que el resto del viaje te rsultase más liviano...yo me quedé en la Cueva de las Palomas...para bañarme en mis recuerdos y volví a soñar"

pau dijo...

Un placer viajar contigo, la verdad es que no me hubiese venido mal volver ha bañarme otra vez en la cueva de las palomas aquel día, es un lugar que me encanta.