sábado, 27 de septiembre de 2008

POR LA CALZADA ROJA HACIA EL MAR


Otro sábado me levanto sin saber qué leches hacer y no se me ocurre a quien llamar, pero tengo que escapar de las paredes de mi casa que me oprimen cuando llevo demasiadas horas en ella. El día no ha amanecido luminoso, pero el tiempo parece estable, así que cojo la bicicleta y pongo rumbo al sur.

Por entre la obras del faraónico complejo de la Ciudad de las Artes...hay un poste que sostiene dos bicicletas que indica el comienzo de una calzada roja entre dos líneas blancas, se trata del carril bici que nos llevará hasta las playas del saler. Si a Dorothy un camino de baldosas amarillas la llevó al país de Oz, esta calzada roja me llevará(sin zapatos rojos) a un oasis de naturaleza cercano a la ciudad, lleno de pinos, dunas y la brisa del mar.

Los primeros kilómetros no son que digamos muy agradables. Entre obras, junto a la autopista y una acequia que huele a mierda, hay que superar las vías del tren por un horrible puente metálico y todo ello bajo la mirada de las enormes grúas del puerto que parecen robots gigantes de otros mundos. De nuevo una escena me recuerda el mundo en el que vivimos, una barraca en ruinas frente a las obras paralizadas de un complejo residencial, seguramente por falta de financiación, dos modelos en crisis, el estilo de vida tradicional de estas tierras y el urbanismo salvaje.

Pero en pocos kilómetros un puente exclusivo para bicicletas permite cruzar la desembocadura del Turia, nos aleja de la ciudad y nos muestra la inmensidad del mar.
Al otro lado está la playa de Pinedo. A través de su paseo marítimo, que muestra un aspecto especialmente decadente y mas bajo el cielo color plomo, continuo buscando el sur, con la compañía del Mediterráneo a mi izquierda. Sobre el horizonte los grandes monstruos del mar, esos mercantes que buscan nuestro puerto con sus entrañas llenas de coches y contenedores llenos de productos para nuestro consumo. Un poco más cerca de la orilla, llaman la atención unas siluetas negras flotando, pero no son aves marinas, sino surferos embutidos en negros neoprenos que esperan la ola adecuada para cabalgarla.

Hace ya rato que se perdió la calzada roja, pero cuando acaban los chiringuitos y restaurantes la vuelvo a recuperar, aquí ya entre un entorno más agradable, entre dunas y huertas y algunas ruinas modernas de un enorme complejo lleno de graffitis y el cadáver de un polideportivo.Pronto llego al pueblo del saler y a la magnífica Dehesa. Allí se puede pedalear entre el aroma de los pinos y relajar la mirada, por fin rodeado de una inmensidad de tonos verdes y marrones. Al final de un camino abierto por entre los pinares recupero de nuevo la visión de la inmensidad azul del mar y las murallas de arena del sistema de dunas de este parque natural.

El día se está estropeando así que decido volver para casa, pero ya es demasiado tarde. El mar se ha enfurecido y manda hacia tierra un fuerte viento.Cuesta pedalear,como si alguien te agarrase y no te dejase continuar,pero no hay otra solución que enfrentarse al temporal. Solo se puede seguir hacia adelante. Así que pongo un desarrollo de marchas que me permite avanzar lentamente e ir ganando metro a metro al camino con gran esfuerzo.El fuerte viento trae a mi rostro con violencia la brisa del mar y puedo saborear en mis labios el salitre. Pronto empieza a sumarse al viento la lluvia, resulta incómodo, pues te va humedeciendo y encima se te mete en los ojos si miras hacia el frente. Dirijo la mirada al suelo y sigo pedaleando, relativizando el tema, pensando que solo es agua, agua que encima da la vida a la tierra que habitamos.Enfrentarse a la adversidad es la esencia de toda aventura, por pequeña que sea. Y mientras luchamos por seguir nos sentimos más vivos que nunca.

Ya en los últimos kilómetros, cuando el temporal había relajado su ataque, se han producido dos momentos separados por muy pocos minutos, que me han recordado las grandezas y las miserias del ser humano. En primer lugar, una pareja con problemas con su bicicleta y un chico ha parado ha echarles un cable y ha resuelto en segundos un problema con el que andaban luchando un rato. A los pocos minutos, como contaba, ya en Valencia, mientras cruzaba un semáforo en verde y pese a que me había visto, el dueño de un enorme mercedes ha acelerado, pasando a escasos centímetros, encima mirando desde su ventanilla con un aire de soberbia insoportable. Esto me recuerda que no debo relajarme ni bajar la guardia. A escasos metros de mi casa lo he hecho. La acera empapada, de repente tenía un pequeño desnivel hacia mi izquierda, andaba pensando en mis cosas y en cuestión de un segundo, un derrape, perdida del control, mis huesos en el suelo y la bici a un metro de mi.Esta pequeña e insignificante aventura de sábado por la mañana ha acabado con la calidez y comodidad del hogar tan de agradecer en un día de lluvia.

2 comentarios:

VolVoreta dijo...

Gracias por relatar tan bien tus paseos.
Cuando te leo es como si mi espíritu "saliese por la ventana" a recorrer esos lugares que conozco, pero que a través de tí los "actualizo" en mi mente.
De verdad, te felicito.
Un beso

p.d. La insoportable levedad del ser...un libro buenísmo, lo leí hace mucho tiempo

pau dijo...

Muchas gracias, de verdad.Esos paseos me sirven para no volverme loco de remate en esos dias en que tienes el vacio ante ti. Escribir sobre ellos intenta ser un ejercicio de analizar lo que me está pasando y compartirlos aquí es un verdadero placer. Un beso y gracias de nuevo.