sábado, 1 de noviembre de 2008

CARA A CARA CON EL GIGANTE

Mi primer encuentro con el Teide fue hace veinte años, fue un encuentro muy rápido, como todas las cosas que se visitan en una excursión de un solo día a la isla de Tenerife. Pero su majestuosa silueta quedó grabada a fuego en mi mente de niño, que ya entonces soñaba con las montañas. Volví a las canarias algunos años más tarde, pero solo pude volver a ver su silueta, lejana, flotando por encima de las nubes desde el pico de las nieves, el punto más alto de Gran Canaria.

Ya en mi tercer viaje a las islas, hace unos tres años pude medir mis fuerzas con el volcán. El día era expléndido y la subida hasta el refugio de altavista fue bastante cómoda. Pero nada más caer la noche la naturaleza mostró todo su poder y descargó una tormenta tropical sobre Tenerife de tal magnitud, que pocos lugareños recordaban una similar. Eso significó asumir mi derrota y perder mi oportunidad de tocar el cielo desde el punto más alto de nuestra geografía. La escuela de la vida que es la montaña me recordó una lección que ya había aprendido en otras ocasiones, que una retirada a tiempo es una victoria. Hay que saber renunciar, darse la vuelta en el momento en el que las cosas se complican, para volver a intentarlo con más fuerza más adelante. Las montañas siempre estarán ahí esperándote y la oportunidad de volver a intentarlo puede tardar, pero llega.

Y esa oportunidad me llegó el jueves después de tres años de espera. Volví otra vez a las canarias para ver a la familia. El temporal que me despidió en Valencia parece que se vino conmigo, pues los días en esta nueva visita a Gran Canaria se están caracterizando por la inestabilidad atmosférica y las lluvias, algo poco común en estas tierras. Eso me hizo temer por el éxito de mi nuevo intento por coronar al Teide, me obligó a estar muy atento al parte meteorológico y a planificar con cuidado la vuelta a Tenerife. La suerte me hizo un guiño, pues la inestabilidad parecía dar una tregua el viernes, una breve ventana de buen tiempo entre dos coletazos del temporal.

Así que el jueves me levanté antes que el sol y bien temprano estaba en un barco que surcaría los apoximadamente noventa kilómetros de mar que separan Las Palmas de Santa Cruz de Tenerife. El sol me recibía a mi llegada a la isla, pero el tiempo es muy caprichoso y loco en este archipiélago. Si por algo se caracterizan estas islas y sobre todo las occidentales es por una gran variedad de microclimas en un espacio reducido de tierra en medio del océano atlántico. La isla de Tenerife se caracteriza por su gran verticalidad. En apenas unas decenas de kilómetros se llega en una subida constante desde las olas del mar a las nieves del cono del Teide, a tres mil setecientos dieciocho metros sobre el nivel del mar y muchas veces reinado sobre las nubes, producto de la humedad del mar que atrapan las paredes de la isla llenas de frondosa vejetación.

El camino más corto desde Santa Cruz a las Cañadas pasa por La Esperanza. Pero muy pronto la ilusión que me acompañaba empieza a desvanecerse. La lluvia hace acto de presencia apenas emprendo el viaje. Me aferro a la idea de que el tiempo en la isla es muy cambiante y que seguramente esa lluvia está atrapada en la corona forestal, ese cinturón vejetal que rodea las faldas del Teide, y arriba en las cañadas reinará el sol. Pero pronto llega el primer obstáculo del viaje. La carretera está cortada por nieves según rezaba el cartel que bloqueaba el paso, más tarde me enteraría que era a causa de desprendimientos. Este primer golpe me obliga a desandar el camino andado e intentar de nuevo la subida por otro lugar. La carretera más próxima a donde me encontraba que podía llevarme a la parte alta de la isla era la que discurre a través del valle de La Orotava, ese magnífico y frondoso vergel en el que naturalistas tan emblemáticos como Humboldt realizaron estudios sobre la flora tan extraña y propia del lugar. También Humboldt es recordado por realizar ascensiones y observaciones científicas en montañas y volcanes. Por supuesto visitó el Teide y yo ahora seguía sus pasos a través de este emblemático valle. La lluvia era mi fiel compañera y tampoco faltaron a la cita las misteriosas nieblas que son tan frecuentes en los bosques que se atraviesan como el verde de los pinos.

Tras miles de curvas y de kilómetros de subidas infinitas por fin llegue a las Cañadas del Teide. Este lugar es un inmenso cráter de unos cuantos kilómetros de diámetro, lleno de paisajes lunares, extrañas formaciones de rocas volcánicas escupidas por la tierra y en cuyo centro se alza majestuoso el cono del volcán. Pero en contra de lo que yo pensaba, no lucía el sol, sino que seguía lloviendo con insistencia. Aún así me encaminé al Parking donde se inicia la ruta de ascenso. La lluvia por fin me hace darme cuenta de que otra vez la montaña me negaba su acceso. Así que me da el bajón y me entran ganas de volverme otra vez a Gran Canaria, no me apetece hacer nada en Tenerife. Cojo el coche y me marcho, pero en ese momento, tras un recodo de la carretera, el Teide se muestra con toda su inmensidad despejado de nubes en su parte superior. Con una sonrisa burlona parece lanzarme un desafío: "...¿ya te vas a hechar atrás?, ¿te rindes por una mísera lluvia?, aquí estoy, te espero..." Recojo el desafío, me doy la vuelta tan rápido como puedo y vuelvo al parking. Allí aún están cinco muchachos de gran Canaria que me habían ofrecido antes de rendirme que les acompañase. Tuvieron el detalle y el gesto de esperar bajo la lluvia a que preparase mi mochila y me cambiase. Mi buena estrella me puso a esos cinco chaveles en mi camino, para que no me enfrentase a la montaña en soledad y no me cansaré de agradecerles el detalle que tuvieron de esperarme y lo bien que se portaron conmigo en todo momento.

Tan pronto como comenzamos a caminar apareció la nieve bajo nuestros pies y nos acompañaría hasta que tocásemos el cielo al día siguiente. El viento y el aguanieve nos golpeaba con fuerza, se nos pegaban los cristales de hielo a las pestañas y se nos calaron de agua los pantalones. Pero de repente se obra el milagro y cuando atravesamos esa última capa de nubes, llegando a lo que se conoce como montaña blanca, brilló un magnifico sol, nos recibió el inmenso cielo azul y se nos llenaron de esperanza los corazones. Ante nosotros estaba la base del teide, un inmenso cono que sirve de peana, a modo de atril al cono mas pequeño que forma la altísima cumbre.
Ya con la calidez del sol, la empinada subida hasta el refugio se hace más llevadera y en apenas un par de horas llegamos a él. El mal tiempo había hechado atrás al resto de montañeros y el refugio quedó entonces a nuestra entera disposición. Bajo nosotros las nubes tormentosas, sobre nuestras cabezas llegaba una noche clara y despejada.

En la calidez del refugio, los compañeros que me puso el destino en mi camino, tuvieron el detalle de compartir conmigo su cena, risas y justo antes de acostarnos una interesantisima conversación a cerca del mundo en el que vivimos y las mentiras que nos quieren vender. La altitud y la impaciencia por la ascensión final del día siguiente hace que sea difícil conciliar el sueño. De nuevo nos levantamos mucho antes que el sol y cuando salimos al exterior para ver que tal estaba el tiempo, ya no queda duda, ese era nuestro día, la noche era clara, llena de estrellas, sin apenas viento y una temperatura fría pero agradable.

Desayunamos, nos vestimos y salimos a las sombras de la noche para conquistar la cumbre. El día empieza a clarear y bajo nuestros pies brillan las luces de Puerto de la Cruz y allá a lo lejos las de la isla de Gran Canaria. Caminamos por entre las misteriosas formas pétreas de una colada de lava vomitada por el volcán, tapizada por el blanco de las nieves que ya habían llegado a su reino de la alta montana. En un momento la pendiente empeza a suavizarse y la luz rojiza del alba nos muestra el tramo final de nuestro ascenso, el enorme cono que sostiene el cráter y la cúspide. Cuando llegamos a las instalaciones de ese horrible monstruo metálico que es el teleférico y que en mi opinión es una ofensa a esta hermosa montaña, nos sentamos sobre una piedra para ver el sol aparecer por el horizonte, tras la isla de Gran Canaria. La calidez de sus rayos y la magnífica luz dorada de primera hora de la mañana serán nuestros agradables compañeros en el peligroso tramo final de la ascensión. La pendiente aumenta y está llena de peligrosas capas de nieve muy dura, incluso hielo, que hacen resbaladiza y peligrosa la subida. Pero con cuidado y poco a poco vamos ganado metro a metro a la montaña, un intenso olor a azufre nos indica que ya hemos llegado al humeante y sulfuroso cráter. Unos pocos metros por encima y atravesando nubes de vapor fruto de la respiración de la tierra y que nos recuerda que este volcán está dormido y no muerto, llegamos a la cumbre. El día es expléndido, a nuestros pies las nubes y el mundo entero, sobre nuestras cabezas el amplio cielo, tan azul y próximo que casi puede tocarse.

Tras un buen rato saboreando la cumbre, llega el momento del descenso. Se hace largo, la nieve amortigua nuestros pasos y lo hace más llevadero, pero sobre todo la felicidad y la satisfacción es el sentimiento que nos embarga a todos. La cosas que cuestan un gran esfuerzo y que no se consiguen a la primera son las que mejor saben y más se disfrutan, para mí es especialmente dulce este momento, pues la montaña ya me negó un día la posibilidad de gozar de su cumbre y los miles de kilómetros que me separan de ella hace que no me sea muy fácil intentarlo una y otra vez. De nuevo a escuela de la vida que es la montaña me ha enseñado muchas cosas. La perseverancia y el esfuerzo tienen su recompensa, luchar contra la adversidad, cuando todo parece perdido también. Además me recordó la importancia del compañerismo, lo bonito que es compartir desinteresadamente y las satisfacciones que aporta.Este periplo terminó de nuevo en el Parking, me despido de estos cinco amigos con los que he compartido esta gran experiencia, nos intercambiamos las señas, sinceramente les vuelvo a agradecer todo lo que han hecho por mí y deseo que la vida vuelva a cruzar nuestros caminos en algún momento.

3 comentarios:

isa dijo...

...cuanto hemos aprendido estos días verdad??? que afortunados somos y cuanto para contarnos al fin en persona...dentro de na...te serán concedidos 3 deseos por campeón...por haber superado la dura prueba de estar exiliado en las islas...no olvides el ron que la cola ya está en la nevera...aunque tal y como hemos amanecido hoy los dos...vamos a tener que replantearnos pasarnos a los zumos...besicos...yo hoy también me quiero morir...pero ya sabemos que se pasa...

VolVoreta dijo...

...cuando David venció a Goliat!

...la riqueza del texto combinada con la claridad de las ideas permite al lector seguirte en el viaje a dónde quiera que vayas.
Aprendes de los contratiempos y lo llevas a la práctica sin temor de un nuevo fracaso, al contrario, te hacen más fuerte para el próximo intento..."recoges el desafío" y lo consigues!

Como siempre, ha sido un placer leerte y, aunque no he salido de los límites del barrio...tengo la sensación de haberme ido de puente.
Gracias y un beso

pau dijo...

Isa....el ron lo compro ya mismo, aunque despues del sabado no se si me atrevere a provarlo...nos vemos muy pronto. Un beso

volvoreta...muchas gracias de verdad....siemppre aprendo mucho de las montañas y todo lo que se aprende alli sirve y mucho para vivir un poco mejor en el reino loco de los hombres. Un beso